¿Sabías que reciclar una lata de aluminio nos daría la energía suficiente para encender una televisión durante horas? ¿O que cada minuto que pasas en la ducha equivale a unos 20 litros de agua? ¿Que una bolsa de plástico tarda 4 siglos en descomponerse completamente? ¿Que los aires acondicionados emiten dióxido de carbono a la atmósfera por su gran consumo eléctrico, por lo que agravan el calentamiento global?
Son datos que, sin duda, no nos dejan indiferente. Nos recuerdan que muchas de las acciones diarias que realizamos pueden afectar a nuestro planeta, ya sea sobre el medio ambiente o sobre las personas que lo habitamos.
Una vez se toma conciencia del problema, lo lógico sería modificar nuestros hábitos diarios para intentar seguir una vida más sostenible. Sin embargo, en la práctica nos damos cuenta de que esto no es siempre tan sencillo y que renunciar a según qué comportamientos o acciones no es tarea fácil.
¿Por qué?
En primer lugar, debemos recordar que saber no es actuar. Por lo que tener conocimiento sobre algo, no significa que empecemos una rutina con ello.
Además, tendemos a relativizar la importancia de los buenos hábitos y minimizamos las consecuencias de no llevarlos a cabo. Es decir, aunque conozcamos los beneficios de una acción, no es suficiente para ejecutarla.
También caemos en la trampa de posponer el inicio de una rutina diciéndonos frases tipo “empiezo el lunes” o “me pongo con ello a principios de mes”, en vez de “el mejor momento es hoy, aquí y ahora”.
Cuando introducimos cambios en nuestra vida, por muy buenos que sean y ganas que tengamos, se necesita de un tiempo para asimilarlos. Este tiempo (variable entre unas personas y otras), se debe a que generalmente cambiamos también por dentro, tomamos conciencia de qué y porqué cambiamos y llevarlo a cabo significa muchas veces tener que salir de nuestra zona de confort en la que tan a gusto nos sentimos. Modificar acciones y pensamientos requiere concentración y autocontrol, lo que deriva en gastar más energía, por lo que podemos sentirnos más cansados tanto a nivel físico como mental.
Nadie dijo que modificar comportamientos fuera fácil… por lo que se necesita creer de verdad que vale la pena, tener ganas de ese nuevo reto, no tirar la toalla ante la primera dificultad. Con estas dosis de convicción, motivación, ilusión y constancia podremos disfrutar más y mejor al conseguir los cambios deseados.
Y… ¿cómo podemos actuar en beneficio a la sostenibilidad?
Dentro de casa, podríamos empezar por mantener la temperatura a unos 20ºC en invierno y 26ºC en verano. En la cocina, por ejemplo, gran parte de los utensilios que utilizamos son de plástico, podríamos atrevernos a sustituirlos por productos de cristal reciclado o de madera sin barnices. Otra buena opción sería controlar el tiempo de la ducha y el cepillado dental, cerrando el grifo cuando el agua no sea necesaria. Podríamos también ir sustituyendo de forma progresiva las bombillas halógenas por sistemas de bajo consumo tipo LED. Por supuesto, no podemos olvidarnos de reciclar los residuos en sus correspondientes contenedores.
Fuera de casa, podemos optar por utilizar bolsas reusables en vez de las de plástico. Cuando compramos alimentos, podemos plantearnos el empezar a comprar determinados productos a granel y llevar nuestras propias bolsas de algodón reutilizables. Tener plantas adaptadas al clima en la terraza y jardín. Probar de salir con más tiempo de casa y desplazarnos a pie en vez de con el coche o la moto…de esta forma, además de ser más sostenibles, regalamos al cuerpo un poco de movimiento saludable.
Decidir ser sostenible es más sencillo y menos costoso de lo que puede parecer y conlleva grandes beneficios para ti y las futuras generaciones. ¡Cada pequeña acción cuenta!